Es conocido que del cerdo se aprovecha todo, hasta sus andares, pero lo que no sabíamos era que en la antigüedad determinadas partes de este animal eran consideradas como estimulantes sexuales. Aunque suene a excentricidad, uno de los manjares al que los antiguos romanos concedían un gran valor como afrodisíaco era la vulva de cerda. Se tenía especial aprecio a aquellas que eran estériles o a aquellas recién paridas.
Los griegos también eran muy aficionados a comer los genitales externos y en la Roma Imperial era considerado uno de los platos más exquisitos. Se trata de un tipo de carne de consistencia blanda y sin fibras que hace posible muchas preparaciones. Se apreciaba especialmente por su sabor, diferente a la de otros cortes y por su textura, similar a las cocochas. Generalmente la comían hervida y sazonada con una salsa, en los recetarios de la época encontramos instrucciones para preparar vulvas en albóndigas, asada, rellenas…
Junto a las vulvas de cerda, las ubres eran también muy apreciadas por las mismas razones, los efectos excitantes que producían. Heliogábalo, emperador romano 218-222 d. C., le gustaba mucho este bocado, se hacía servir diariamente treinta ubres de jabalina con sus vulvas. Se tenía aprecio por aquellas procedentes de hembras acabadas de parir, de manera que tuvieran las mamas repletas de leche.
Buen provecho, a quién se atreva.
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VILLEGAS,A. Gastronomía romana y dieta mediterránea: El recetario de Apicio. Palibrio 2011.
MARTÍNEZ LLOPIS, M. De cocina erotica – Para una historia de erotismo en la cocina. Argos Vergara 1983.
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